Todo es Don: Regreso de dos meses sabáticos

By Jedd Medefind on agosto 18, 2016

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Esta semana he regresado de dos meses sabáticos. (Puedes leer un poco más sobre el propósito de este tiempo AQUÍ.) Confieso que temía que el reingreso conllevara un caso masivo de "melancolía del lunes por la mañana". Pero es todo lo contrario. Mi corazón está lleno de gratitud por lo que queda atrás y de entusiasmo por el trabajo que tengo por delante y por las personas extraordinarias con las que trabajo.

El primer día del año sabático, escribí una oración en mi diario. Empezaba así: "Señor, ayúdame IMG_3146 recibir cada parte de este tiempo como un regalo Tuyo, tanto las que son todo lo que yo hubiera deseado como las que no se parecen en nada a lo que yo había imaginado. Estos no son mis dos meses, sino Tus dos meses, de los cuales Tú me darás una parte cada día - cada uno un regalo único..."

Empecé y terminé el año sabático pasando tiempo en las montañas, a solas con Dios. Los primeros cinco días fui de mochilero a Yosemite. El último día regresé a Sierra Nevada para disfrutar de unas últimas 24 horas de soledad.

A decir verdad, me había preguntado si esos primeros cinco días sola serían demasiado tiempo. ¿Me volvería loca? No fue así. En cambio, sentí que el tiovivo de la vida diaria se ralentizaba. El mareo se estabilizó. La borrosidad se hizo más nítida. Sentí que mi cuerpo se sincronizaba con la creación. La aceleración al amanecer. La ralentización al anochecer. No había pitidos ni tonos de llamada que sacudieran mi mente de un lado a otro. Rezaba y escuchaba, reflexionaba y escribía, leía las Escrituras y cantaba. Cuando salí del bosque, me sentí tranquila. Sentí que había estado en presencia de Dios como pocas veces.

El resto del año sabático estuvo marcado por ese comienzo. Mi familia y yo pasamos parte del tiempo en casa; otra parte, en lugares especiales y lejanos. Algunos momentos nos parecieron exóticos; otros, pedestres.

Ciertamente, mi naturaleza pecaminosa también estaba allí. Me asombraba cómo podía todavía caigo tan fácilmente en la lucha contra el malhumor cuando duermo poco... la irritación por la maleza explosiva en mi césped... el deseo de disparar palabras afiladas al teleoperador.

Pero alrededor de todo ello -tanto de los altibajos como de las alegrías- había una sensación generalizada de aquello por lo que había rezado el primer día: que todo es un regalo. Yo creía, y  fieltro que Dios me estaba dando cada experiencia: para refrescarme y revivirme; para humillarme y perfeccionarme; para alimentar una visión más clara de mi propia vida y de CAFO; para acercarme más a Raquel y a nuestros hijos; y sobre todo para acercarme más a Él. IMG_3541

IMG_3248 Estos regalos llegaron tanto en las altas como en las bajas. Hubo sublimes bocanadas de paz en las montañas. Juegos alegres con los niños en la costa de California. Conversaciones y besos con Rachel que no olvidaré. Pero también recordatorios frustrantes de mi profunda necesidad de gracia: lo ensimismada que puedo llegar a estar cuando me pierdo una comida... o enfadada cuando el banco me cobra una comisión que me parece injusta. Sin embargo, yo sabía que todo era un regalo - cada uno precisamente lo que Dios sabía que yo necesitaba en ese momento para moldear mi corazón para que se pareciera más al Suyo.

Al regresar el fin de semana pasado a las montañas de Sierra Nevada para pasar las últimas 24 horas en soledad, traté de cristalizar en mi diario muchas cosas que sentí que había visto con especial claridad durante el año sabático. Y recé para seguir sacando vida de los innumerables regalos recibidos durante ese tiempo impagable.

Pero, sobre todo, recé para seguir viendo y sintiendo el regalos de cada experiencia de la vida. El descanso sabático y la tarea diaria. Lo exótico y lo pedestre. La sensación de la presencia de Dios e incluso el sentimiento de su ausencia. Las bendiciones evidentes y las disfrazadas de dolor o decepción. En algún sentido misterioso, todo es don, obrando para nuestro bien. Y éste no es meramente el pequeño bien de nuestra comodidad o placer. Sino el gran bien de una vida que comparte la bondad y la belleza de Jesús más y más con cada día que pasa.

Ese fue el regalo que Dios me hizo en los últimos dos meses. Hoy también es Su regalo para mí y para ti.

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