Más que humilde ante la maravilla del Cuerpo Mundial de Cristo

By Jedd Medefind on octubre 26, 2010

Mientras cruzo las millas de regreso a casa desde el Congreso de Lausana, mi corazón y mi mente están llenos. Lo primero en lo que pienso, lo confieso, es en una impaciencia casi vertiginosa por ver a Rachel y a nuestros cuatro pequeños.

Junto a esta anticipación nadan innumerables reflexiones de una semana inolvidable con más de 4.000 líderes cristianos de prácticamente todos los rincones del planeta. Qué maravilla ver las innumerables tonalidades y colores de piel y ropa, oír las distintas lenguas, tonos y ritmos, aprender de las distintas perspectivas de la vida y del mundo. El Cuerpo es tan diverso y, sin embargo, está unido por el señorío de Cristo.

Espero compartir al menos algunas reflexiones sobre Lausana en los próximos meses, pero una realidad se alza sobre todas las demás en este momento. La frase "me siento humillado" se utiliza quizá con más frecuencia en las iglesias de lo que se pretende. Pero esa sensación se estrelló contra mí en Ciudad del Cabo como las olas en su costa. Una y otra vez, me encontré con mujeres y hombres cuya fe envuelve y anima sus vidas de un modo que despertó en mí tanto asombro como agradecimiento:

  • Un médico etíope y su esposa, que juntos supervisan el cuidado de 600 huérfanos y anhelan atraer a más y más cristianos etíopes para que se ocupen personalmente de estos niños.
  • La esposa de Tom Little, un estadounidense al que quitaron la vida en las montañas de Afganistán después de que la pareja hubiera pasado 30 años prestando asistencia médica en ese país.
  • Un joven pastor de la iglesia clandestina de China, que ha renunciado a una carrera prometedora por un camino en el que su situación financiera, su libertad y tal vez su propia vida están continuamente en peligro.
  • Un médico indio que dejó una lucrativa consulta de especialista para mostrar el amor de Cristo en la atención médica a sus compatriotas más pobres, y lleva 20 años haciéndolo.

Podrían citarse innumerables ejemplos más. Pero hay un momento que llama especialmente la atención. Después de una corta noche de sueño y una larga mañana de presentaciones, confieso que el orador de enfrente parecía monótono. Sus palabras me parecieron un poco rancias: doctrinalmente sólidas pero poco inspiradoras, una repetición de verdades básicas que he oído toda mi vida.

Sin embargo, mientras se dirigía a su conclusión, el pastor africano ofreció sólo una pequeña ventana a la realidad a la que se enfrenta a diario. En los últimos años, varios de sus amigos íntimos y colegas pastores habían sido asesinados por militantes musulmanes. Una multitud, que acudió a su casa para matarlo, sólo encontró a su esposa; la golpearon de tal forma que la dejaron totalmente ciega durante 6 meses. La amenaza de muerte está siempre presente para ambos. Y, junto a ella, acechan la sutil pero costosa discriminación, los insultos y otras luchas que muchos cristianos afrontan a diario en las naciones musulmanas.

Al oír todo esto, me arrepentí de mi apatía y arrogancia de "ya lo he oído antes". Una toma de conciencia retumbó como un trueno:  no era otra cosa que las verdades sencillas, desgastadas y de apariencia pedestre que este pastor había estado relatando, lo que para él tenía la belleza y el poder suficientes para impulsar una vida de sacrificio sobrecogedor.

Rezo para poder encontrar siempre esta misma fuerza convincente en las verdades sencillas y desgastadas por el tiempo que tan evidentemente alimentan a este hombre y a su esposa, y a tantos otros que encontré en Ciudad del Cabo.

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